viernes, 30 de enero de 2015

A la segunda

En esta ocasión, los deseados ni siquiera nos hicieron esperar demasiado. En mi segundo intento de búsqueda de la pareja de pájaros moscones (Remiz pendulinus) que llevan ya casi un mes desde que fueron vistos por primera vez en Cecebre, éstos se portaron de maravilla y aparecieron en el lugar y hora previstos. Siempre inquietos, moviéndose sin descanso dentro del pequeño mar de espadañas que tanto les gusta, al principio pensé que iban a ser imposibles de fotografiar.


Sin embargo, su tolerancia a la presencia humana (e incluso perruna) es de agradecer, y una vez localizados se pueden observar a placer y, con paciencia, pasarán alguna que otra vez por delante del objetivo de la cámara.



Tanto es así que otros compañeros pajareros, más habilidosos y con buen material óptico, consiguieron leer parcialmente la anilla que porta uno de estos diminutos enmascarados. Más tarde, también pudieron ser capturados para una lectura completa de la anilla. Gracias a ello, sabemos que uno de ellos es adulto, el otro ha nacido en 2014, y que proceden de Suecia.


Es impresionante que estos pequeños seres de apenas 10 gramos puedan llegar a realizar un viaje tan largo y lleno de amenazas hasta llegar a nuestra tierra, lugar que en muy rara ocasión han visitado otros de su especie. Bienvenidos y mucha suerte en el viaje de vuelta.

lunes, 19 de enero de 2015

Guión alternativo

Hace pocos días, varios aficionados a las aves coincidimos en Crendes, donde en días anteriores habían sido observados dos ejemplares de pájaro moscón (Remiz pendulinus), una especie muy rara en la región. Y como suele ocurrir, en el campo casi nunca se cumple el guión establecido, pero casi siempre surgen escenas alternativas y se pasa un buen rato.

Un barrido visual al espacio natural de Cecebre desde el observatorio de Crendes revelaba la presencia de las aves habituales en las últimas semanas. Entre ellas, siempre hay una mención especial para el macho de porrón acollarado (Aythya collaris), divagante norteamericano que se ha establecido en el lugar para pasar el invierno asociado a un grupo de porrones moñudos (Aythya fuligula).


La misma estrategia ha adoptado un macho solitario de porrón común (Aythya ferina). Si bien es una especie considerada como invernante habitual, no se suele ver en grandes números, al menos en tiempos recientes. Curiosamente, en muchas de las fotografías que tomé, los ejemplares de estas especies diferentes se ubicaban en los extremos del bando de moñudos.


De pronto, una silueta diferente emergía a pocos metros de los patos. Resultó ser la juguetona nutria (Lutra lutra), que, rompiendo sus hábitos nocturnos, decidió que era el momento perfecto para darse un festín, bajo el sol de aquella tarde de domingo y delante de todos aquellos naturalistas.


El menú era poco variado: un cangrejo detrás de otro. Cangrejos de río de la especia Procambarus clarkii, americanos como el porrón acollarado, con la diferencia de que los crustáceos no han llegado aquí por sus propios medios. Depredadores voraces de muchos pequeños organismos autóctonos, son por el contrario presas fáciles para las habilidosas nutrias.





El mustélido realizó la misma operación varias veces. Sin duda se trataba de una rutina habitual. La víctima era llevada a la superficie y, sujetada con las extremidades anteriores, era devorada  por partes. Al mismo tiempo, la nutria realizaba graciosos movimientos girando sobre sí misma, no sé si debido a los inútiles esfuerzos de defensa por parte de los cangrejos, por pura diversión o simplemente como método para mantenerse a flote mientras comía.


Nos deleitamos un buen rato con la escena, tan representativa de lo que es un carnívoro oportunista, que se aprovecha de la abundancia de una especie invasora introducida por el hombre. Quizá estas nutrias, habitantes permanentes en Cecebre, consigan mantener a raya a la descontrolada población de cangrejos, responsables (que no culpables, pues la culpa la tiene el de siempre) de la gran alteración del ecosistema que han invadido, siendo presuntos contribuidores a la disminución o incluso la desaparición de algunas poblaciones de especies autóctonas. Cerca de allí, los porrones, cercetas y zampullines siguen a lo suyo, ajenos al favor que les está haciendo el mustélido, con el que probablemente también surjan tensiones en contadas ocasiones. La naturaleza busca reencontrar el equilibrio alcanzado tras miles de años de evolución, y que nosotros nos empeñamos en romper una y otra vez.