viernes, 16 de mayo de 2014

Descubriendo el Naranco: la cueva del agua

Espesos bosques, pozos para almacenar nieve, cuevas, construcciones de la guerra civil... El monte Naranco, o mejor dicho la sierra del Naranco, se alza marcando el límite del casco urbano de la ciudad de Oviedo en su extremo oeste, y a pesar de la presión urbanística, de las canteras que se lo comen a bocados o de los eucaliptos que se extienden por sus laderas, por citar sólo algunas amenazas, sigue albergando multitud de tesoros de origen muy diverso. Tesoros que he podido comprobar que muchos carbayones, al menos los de las generaciones más recientes, desconocen por completo.

Con ésta, inauguro lo que pretende ser una serie de entradas en las que intentaré dar a conocer algunos de los bonitos rincones que se esconden a lo largo y ancho del Naranco, y que yo mismo voy descubriendo a medida que lo exploro. Si sirve para que sólo una persona revalorice sus ideas acerca de este lugar, habrá merecido la pena.

Empezaré por un curioso paraje que se esconde en la vertiente oeste de la sierra. Allí, un pequeño arroyo, apenas un hilo de agua, se abre paso con celeridad en lo más profundo de un frondoso y bonito bosque de especies autóctonas.


Nada fuera de lo normal: un terreno escarpado sobre el que arroya el agua y crece la vegetación. Uno más de esos rincones preciosos, pero por suerte aún abundantes, de nuestra tierra. Lo sorprendente llega cuando seguimos el curso de agua y descubrimos la cueva, resultado de la incesante erosión que el modesto curso de agua ha ido realizando sobre la pared de roca caliza con la que un día, hace miles de años, se dio de bruces en su rápido avance hacia cotas más bajas.



El arroyo desaparece en las entrañas del Naranco, siguiendo su recorrido por lugares a los que nosotros no podemos acceder, y dejándonos un paisaje de inesperados contrastes en el que resulta sencillo contagiarse de la paz que predomina, donde parece que el tiempo se para. Nada más lejos de la realidad, en la naturaleza la actividad nunca cesa, simplemente va a su ritmo. Como el ritmo que marca el discurrir del riachuelo que en este momento sigue esculpiendo la cueva del agua del Naranco.



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