jueves, 22 de mayo de 2014

Cuando el humano mete la mano

"¿Sabes de qué especie es ese pájaro? Llevo 20 años viviendo aquí al lado y les enseño a mis hijos los nombres de las aves, pero nunca jamás había visto una como esa."

Con esta frase me abordaba un vecino de la ría de O Burgo el pasado fin de semana, mientras observaba los vaivenes de un ave cuya especie no es nada habitual en la zona: el ibis sagrado (Threskiornis aethiopicus).


Sin embargo, en esta ocasión el avistamiento de una especie rara, nueva para mí, no me hacía la misma ilusión de otras ocasiones, pues ya iba sobre aviso del más que improbable origen salvaje de este ejemplar. En efecto, la mano del hombre está detrás de una situación tan poco natural como es encontrar a un sólo individuo de una especie de costumbres gregarias y cuyo hábitat original se sitúa a miles de kilómetros. Y claro, no es lo mismo. Tampoco es como ir al zoológico, pero casi.



Meses atrás, el mismo ibis ya había estado en el punto de mira de algunos de esos infalibles ornitólogos que cada día peinan nuestra geografía. Los experimentados ojos de esta gente enseguida detectaron que el animal portaba una anilla, muy desgastada, en su pata derecha. Una señal definitiva para pensar que es un ave nacida en cautividad, y que también confirma que el ejemplar de O Burgo se trata del mismo que pasó el duro invierno en la zona de Fisterra. El resto de la historia de esta ave, al menos desde que encontró la libertad, por el momento sólo lo sabe ella.




Y como todos, se intenta adaptar a lo que la vida le ha deparado, en solitario, buscando alimento (con gran destreza) entre las algas y aguas someras que va dejando atrás la marea. Muy confiada ante la presencia cercana de paseantes, lo cierto es que parece que no le va nada mal en el arte de obtener comida.


Si bien era un animal sagrado para los antiguos egipcios, aquí casi todas las miradas de la gente lo obviaban para poner el foco a escasos metros, donde los protagonistas pertenecen a otra especie que definitivamente se ha adaptado de maravilla a un entorno salvaje que tampoco le corresponde. Son los inconfundibles cisnes vulgares (Cygnus olor).


Inicialmente destinados a ser objeto de la admiración y entretenimiento humano en la cercana laguna de Mera, hace años que abandonaron su cautiverio y en la ría de O Burgo han encontrado un nuevo hogar en el que se encuentran tan cómodos que cada año son más numerosos. Yo me pregunto si, en un futuro, la creciente población de cisnes podrá llegar a convertirse un problema, en el sentido de que desplacen a otras aves que frecuentan el lugar. Espero que no. Entre tanto, durante estos días los polluelos siguen a sus padres allá a donde vayan, con cierta torpeza y para el deleite de los viandantes que observan, enternecidos, las escenas familiares.



Y si alguien va un con bocadillo en la mano, no dudan en reclamar su parte. Consecuencias de los caprichos del ser humano.

También en los últimos días he podido ser testigo de otra imagen poco habitual, en un escenario diferente, aunque muy cercano. Fue en Elviña, lugar tan propicio para ver varias especies de aves, aunque no precisamente la que nos encontramos ese día, en mitad del aparcamiento reservado a profesores y personal laboral de la universidad.


Efectivamente, se trataba de una perdiz roja (Alectoris rufa). Por un momento me acordé de la expresión de "estar más perdido que un pulpo en un garaje", pues el animal iba y venía por el contorno del aparcamiento aparentando no saber muy bien a dónde dirigirse. Personalmente, me dio la sensación de ser muy vulnerable a cualquier depredador.





Si bien en este caso estamos hablando de una especie autóctona, en estas latitudes (y más concretamente en un entorno semiurbano) escasea tanto como para pensar que lo más probable es que proceda de una granja cinegética y que, en esta ocasión, el destino que el hombre había elegido para ella era ser el trofeo en una cacería. Objetivo muy diferente al pensado para los cisnes y el ibis, pero con resultado similar.

Tres ejemplos, a un paso de casa, de la innegable influencia que el ser humano ejerce sobre la vida de las demás especies.

viernes, 16 de mayo de 2014

Descubriendo el Naranco: la cueva del agua

Espesos bosques, pozos para almacenar nieve, cuevas, construcciones de la guerra civil... El monte Naranco, o mejor dicho la sierra del Naranco, se alza marcando el límite del casco urbano de la ciudad de Oviedo en su extremo oeste, y a pesar de la presión urbanística, de las canteras que se lo comen a bocados o de los eucaliptos que se extienden por sus laderas, por citar sólo algunas amenazas, sigue albergando multitud de tesoros de origen muy diverso. Tesoros que he podido comprobar que muchos carbayones, al menos los de las generaciones más recientes, desconocen por completo.

Con ésta, inauguro lo que pretende ser una serie de entradas en las que intentaré dar a conocer algunos de los bonitos rincones que se esconden a lo largo y ancho del Naranco, y que yo mismo voy descubriendo a medida que lo exploro. Si sirve para que sólo una persona revalorice sus ideas acerca de este lugar, habrá merecido la pena.

Empezaré por un curioso paraje que se esconde en la vertiente oeste de la sierra. Allí, un pequeño arroyo, apenas un hilo de agua, se abre paso con celeridad en lo más profundo de un frondoso y bonito bosque de especies autóctonas.


Nada fuera de lo normal: un terreno escarpado sobre el que arroya el agua y crece la vegetación. Uno más de esos rincones preciosos, pero por suerte aún abundantes, de nuestra tierra. Lo sorprendente llega cuando seguimos el curso de agua y descubrimos la cueva, resultado de la incesante erosión que el modesto curso de agua ha ido realizando sobre la pared de roca caliza con la que un día, hace miles de años, se dio de bruces en su rápido avance hacia cotas más bajas.



El arroyo desaparece en las entrañas del Naranco, siguiendo su recorrido por lugares a los que nosotros no podemos acceder, y dejándonos un paisaje de inesperados contrastes en el que resulta sencillo contagiarse de la paz que predomina, donde parece que el tiempo se para. Nada más lejos de la realidad, en la naturaleza la actividad nunca cesa, simplemente va a su ritmo. Como el ritmo que marca el discurrir del riachuelo que en este momento sigue esculpiendo la cueva del agua del Naranco.



martes, 6 de mayo de 2014

Cigüeñuelas en paso

Durante el pasado fin de semana, el viento del nordeste favoreció una moderada entrada de limícolas migratorias en la ría de O Burgo. En una visita exprés con Rafa Pereiro, rastreábamos el lugar, ya con la marea bastante baja, tomando nota de las especies que íbamos viendo, todas ellas visitantes habituales.

La agradable sorpresa ocurrió al dirigir la mirada, a nuestras espaldas, hacia la zona más interior de la ría, pues allí se encontraban dos ejemplares de cigüeñuela común (Himantopus himantopus), una especie que no se prodiga mucho en estas latitudes.


Entre bocado y bocado, a buen seguro que iban recuperando las fuerzas necesarias para continuar su viaje, cuando las condiciones climáticas se tornasen más favorables.



E instantes antes de que volasen hasta la orilla opuesta, pude tomar algunas fotografías, poco más que testimoniales, pero en las que se puede apreciar la elegancia y delicadeza de estas aves tan peculiares, con esas interminables patas que les permiten alimentarse allí donde otros no llegan.



Ojalá lleguen a su destino sin problemas y el viaje de vuelta ya lo hagan acompañadas de la siguiente generación de cigüeñuelas. Ahí estaremos de nuevo, buscando su inconfundible silueta.