jueves, 24 de abril de 2014

Avifauna universitaria

Poco a poco, el campus universitario de Elviña va cobrando actividad a primera hora del día. Antes de que lleguen los estudiantes, profesores y trabajadores varios, un puñado de pitos reales (Picus viridis) ya se encuentran inspeccionando los jardines que rodean las facultades, aprovechando los últimos momentos de tranquilidad para apresar insectos con su larguísima lengua.



Nada confiados, en cuanto detectan la primera silueta humana a una cierta distancia, salen volando hacia algún lugar más apartado, a menudo adornando la huída con su sonoro e inconfundible relincho. Con todo, suelen pasar desapercibidos para la gran mayoría de los que acuden al lugar, que, inmersos en sus preocupaciones diarias y poseídos por el autómata mañanero que muchos llevamos en nuestro interior, ni se imaginan que pasan con frecuencia junto a un colorido pájaro carpintero.



Pero, antes de la invasión universitaria, Elviña ha sido y es una pequeña población de carácter rural, con sus viviendas unifamiliares y sus pequeñas huertas de explotación tradicional. Y los días no lectivos recupera esa tranquilidad que, un tiempo atrás, sería la tónica general. Es en ese contexto cuando las aves se deciden a ocupar los espacios que las personas han abandonado temporalmente. Es el caso de los lúganos (Carduelis spinus) que durante todo el invierno acostumbran a moverse por las copas de los árboles.


Buscando incansablemente las semillas de las que se alimentan, se les puede ver adoptando todas las posturas posibles entre las ramas más delgadas.




Si no se sienten amenazados, pueden mostrarse muy confiados y, de pronto, uno se puede llegar a ver en el medio de un numeroso bando de lúganos que han abandonado su habitual refugio en los árboles para dar buena cuenta de las semillas que han caído al suelo.





A menudo, las bandadas de lúganos se mezclan con sus parientes los jilgueros (Carduelis carduelis), aunque este prefería hacer la guerra por su cuenta.


Siguiendo con la familia de los fringílidos, otros fáciles de ver en la zona son los verdecillos (Serinus serinus), que también suelen emplear la mayor parte de su tiempo en alimentarse.



Aunque en esta época, y más aún cuando luce el sol, también se dedican a cantar a pleno pulmón.



Tampoco podía fallar el verderón común (Carduelis chloris), presente en cualquier zona verde de la ciudad.


Y para terminar con esta familia (a los que habría que sumar, al menos, al camachuelo común, que no pude fotografiar), unas instantáneas de los pinzones vulgares (Fringilla coelebs) que también se dejan ver en el lugar. Macho y hembra, respectivamente.



Este lugar sin duda es de los mejores de todo el municipio para observar páridos. Las aves pertenecientes a esta familia puede que sean de las que menos abandonan su lugar típico entre la maraña de ramas. Allí arriba, al igual que a los lúganos, al carbonero garrapinos (Parus ater) también le van las posturas complicadas.




Sólo en una ocasión he podido ver una pareja de herrerillos capuchinos (Lophophanes cristatus). Por contra, los carboneros comunes (Parus major) y los herrerillos comunes (Cyanistes caeruleus) es raro que falten a la cita.



Tuve la gran suerte de que este herrerillo coincidiese en el mismo árbol por unos instantes con un reyezuelo listado (Regulus ignicapilla) y poder fotografiarlos a los dos juntos. En mi opinión, dos de los pajaritos más bonitos que podemos ver.



Haría muy mal en dejar de lado a algunas especies, que son mucho más fáciles de ver en casi cualquier otro punto de la ciudad, pero no por ello son menos bonitas e interesantes. Un buen ejemplo es el del mirlo común (Turdus merula), al que siempre se puede ver desplazándose a saltos por cualquier rincón verde.


Hay una considerable población de zorzales comunes (Turdus philomelos), y en esta época nos deleitan con verdaderos conciertos desde los árboles. Casi siempre se puede escuchar a alguno de ellos, y nunca dejará de impresionarme el elaborado y variado repertorio del que hacen gala.


Otras habituales del suelo o los árboles son las urracas (Pica pica), siempre atentas y oportunistas para aprovechar cualquier recurso que ofrezca el entorno. Y qué bonitas son cuando se las observa con detenimiento.



Los colirrojos tizones (Phoenicurus ochruros), tan confiados en zonas más urbanizadas, aquí son algo más escurridizos. Al contrario que la mayoría de las demás especies, parece que prefieren moverse más por el cemento que por las zonas verdes, y se les suele ver posados, con sus característicos e inquietos movimientos, en lo alto de los edificios del campus. Sin embargo, a este macho lo pude retratar cuando se acercó un poco y se posó en una rama.


Nunca faltan los omnipresentes petirrojos (Erithacus rubecula), que allá donse se encuentren, añaden una nota adicional de alegría al universo sonoro que envuelve sus territorios.



Dejando unos metros atrás el campus y sus cuidados jardines, enseguida encontramos amplias zonas de matorral frondoso. Lo que erróneamente se suele denominar "maleza", y que no es más que otro importante ecosistema en el que se desenvuelve con soltura la curruca capirotada (Sylvia atricapilla), muy fácil de escuchar, relativamente fácil de avistar fugazmente, y realmente complicada de observar durante cinco segundos seguidos.


Menos abundante es su pariente la curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala), aunque esta se decidió a recorrer un árbol en flor y formar parte por unos breves instantes de una estampa preciosa. Lástima que no estuviese más cerca.


Ganando altura en dirección al castro de Elviña, se puede ver una perspectiva poco habitual del casco urbano. En esta fotografía quise captar tres elementos muy diferentes y de distintas épocas de la historia de la ciudad. En primer término, los restos del castro celta dentro de un entorno rural en el que el verde es el color predominante. Al fondo, en el límite entre la tierra y el mar, se alza, majestuosa, la torre de Hércules. Y en mitad de todo, el caos de asfalto y ladrillo, con algunas aberraciones que inevitablemente forman parte de la identidad visual de la ciudad, o lo que en estos tiempos modernos se viene llamando skyline.


En los alrededores del castro, el paisaje vuelve a cambiar y en las comunidades vegetales a menudo se imponen los tojos, que son el terreno ideal de la tarabilla común (Saxicola torquatus).


Y muchos más: gorriones, acentores, ánades reales, ratoneros, gavilanes, garzas reales, mosquiteros, chochines, cornejas, palomas torcaces, escribanos soteños... Todos ellos hacen de Elviña uno de los lugares con mayor biodiversidad de Coruña. Situación que, como buena muestra de la desconexión que la sociedad actual tiene con la naturaleza, pasa desapercibida para la mayoría de los cientos de personas que visitan el lugar a diario.

Mientras tanto, otros, aunque muy vinculados a los asentamientos humanos, siguen manteniendo su lado más salvaje...


jueves, 10 de abril de 2014

Escribano palustre: primer (y breve) contacto

Caminando junto a los carrizales del río Sisalde, en Arteixo, uno siempre va pensando en poder ver al escribano palustre (Emberiza schoeniclus). Saber que allí se encuentra uno de los últimos reductos de esta especie en la región, donde sólo unas pocas parejas logran reproducirse, le da mayor valor al avistamiento. El pasado 29 de marzo, un día muy gris en lo meteorológico, pude localizar a una pareja en uno de los huertos aledaños. Lejano y fugaz, lo justito para sacar unas pocas fotos testimoniales (la mayoría de ellas para borrar directamente), y segundos antes de perderlos de vista bajo una intensa lluvia.

Sirva de ejemplo la siguiente fotografía para comprobar el esfuerzo visual que hay que hacer para encontrar a estos pequeños pájaros cuando se mueven por el suelo o entre la vegetación:


La tarea es mucho más fácil si se amplía la imagen:



Y eso teniendo en cuenta que se trata del macho, que luce su plumaje más llamativo en esta época del año. No incluyo fotos de la hembra, pues prácticamente ni se apreciaba su presencia.

El encuentro me supo a poco, pero me fui con la confirmación de saber dónde viven y conociendo algunas de sus costumbres, por lo que espero que en breve se repita en mejores condiciones. De todos modos, un paseo por la naturaleza siempre es agradable y estoy convencido de sus grandes beneficios para la salud. Si la gente saliese más a pasear por el campo, se reducirían los niveles de estrés y los crecientes consumos de ansiolíticos y antidepresivos, tan ligados al estilo de vida actual. Si a ello se le suma el ejercicio visual y auditivo de observar las distintas formas de vida que nos rodean, el plan sólo tiene ventajas.

En cualquier caso, no todos son tan esquivos como el escribano palustre, y durante mi paseo también me acompañaron otras especies, como este diminuto chochín común (Troglodytes troglodytes), que no paraba de cantar entre las ramas:


O este verderón común (Carduelis chloris), la única ave que pude fotografiar decentemente en la impenetrable "jungla" de carrizos:


Para terminar la caminata, ya junto al mar y con otro tipo de paisaje, este bonito macho de pardillo común (Carduelis cannabina) me regaló una preciosa estampa:



martes, 1 de abril de 2014

Recuerdos del invierno

Recordaremos el reciente invierno por las sucesivas galernas que azotaron los litorales atlántico y cantábrico. Durante los próximos años comprobaremos si se ha tratado de un suceso puntual o si, por desgracia, el cambio climático ya es una realidad innegable.




Antes de que el mar y el cielo se enfadasen, en esta esquina de la península incluso pudimos disfrutar de algunos días de calma y sol. Durante ese período, la playa de Sada lucía espectacular, acogiendo a cientos de anátidas, entre las que llamaban la atención un par de machos de pato mandarín (Aix galericulata), cuya procedencia salvaje siempre quedará en entredicho.



Al mismo tiempo, varios ejemplares de zampullín cuellinegro (Podiceps nigricollis) pasaron una temporada asentados en distintos puntos de la costa, a veces a tiro de piedra de los núcleos urbanos. No se quedaron mucho tiempo, pues a principios de año dejé de verlos. Se queda uno hipnotizado con el intenso color de sus ojos. Lástima que por aquí no los podamos ver con su espectacular plumaje estival al completo.





A finales de noviembre, mientras el maestro gaviotero Xabi compartía sus conocimientos en una de las acertadas actividades que organiza el Grupo Naturalista Hábitat, fue localizado un eider común (Somateria mollissima), macho de primer invierno, frente a la playa de Santa Cristina. A los pocos días se le unió otro macho joven, y poco después llegó una hembra. Los tres pasaron todo el invierno en la zona, y hasta hace un par de semanas seguían por allí, aunque, si no se han marchado ya, estarán pensando en hacerlo. Todo un privilegio haber tenido tan cerca y durante tanto tiempo a estos visitantes tan poco habituales. Una pena que nunca los pillé cerca de la orilla para verlos mejor.



También poco numerosos, pero muy fieles a su lugar de invernada, son los correlimos oscuros (Calidris maritima), que no faltaron a su cita. Durante todo el invierno se les pudo ver en su pequeño reducto en la zona Oeste de la ensenada del Orzán. Llegué a contar un máximo de 14 ejemplares, y hace unos días, con esa zona del paseo marítimo totalmente destrozada por los temporales, aún pude ver a dos de ellos.


Se llevan especialmente bien con los vuelvepiedras, pero en alguna ocasión también me encontré con algún solitario zarapito trinador (Numenius phaeopus), especie que no suelo ver con tanta frecuencia en el núcleo de la ciudad.



Y llegó el primer temporal, y luego otro, y otro... y con ellos, miles de aves de hábitos pelágicos. Se ha estimado en 100000 el número de aves muertas a consecuencia de estos temporales, una cifra sólo comparable con la catástrofe del Prestige. Entre todas, la familia de los álcidos fue la gran damnificada, especialmente los araos comunes (Uria aalge), como este que, sin mucha energía, se dejaba llevar por la corriente en aguas portuarias. Otros muchos de su especie no aguantaron tanto y en las playas aparecía cada día algún cuerpo inerte o moribundo.



También las alcas (Alca torda) encontraron un buen refugio entre diques y pantalanes. Desde luego, araos, alcas y frailecillos deben estar agradeciendo la llegada de la primavera más que nadie, y eso que estarán en pleno viaje de vuelta a sus territorios de cría, con las fuerzas justitas.



No sería justo terminar sin mencionar a los miles de gaviotas de diferentes especies que nos visitan todos los años. Cada invierno, no dejo de impresionarme cuando veo el porte de los gaviones atlánticos (Larus marinus), o la agilidad de las gaviotas reidoras (Chroicocephalus ridibundus) y cabecinegras (Ichthyaetus melanocephalus), que lucen aún más cuando adquieren su plumaje nupcial, justo antes de despedirse de nosotros hasta dentro de unos meses.