jueves, 6 de febrero de 2014

La ley de la gaviota

Y, después de mucho tiempo, un día dejó de llover. Incluso se calmó el viento y el sol se atrevió a asomarse con cierta timidez. Además, era domingo. El día ideal para estrenar telescopio. Así que me planté en Cecebre con la ilusión de que un nuevo mundo se abriera ante mis ojos, siempre que entre el mundo y mis ojos se interpusiera el recién adquirido artilugio.

Durante la primera hora todo transcurrió con mucha tranquilidad. Pude comprobar que con el telescopio la cosa cambia mucho a la hora de identificar anátidas lejanas. Ya podía distinguir los colores y no sólo siluetas oscuras. Había poco movimiento y números bajos de aves en el pantano. Me desplacé para tener una perspectiva distinta y volver a rastrear la cola del embalse, donde se suele concentrar la mayor parte de la actividad. Y entonces llegó lo más interesante de la jornada.


Un águila pescadora (Pandion haliaetus) descansaba sobre un tronco seco, destacando entre la maraña de árboles muertos que se acumulan en esa zona. Cargué el equipo al hombro y me apresuré a acercarme unos metros para poder observarla más de cerca, pues no es una especie que se deje ver con frecuencia por estos lares.


De pronto, algo apetecible debió detectar en el agua, porque alzó el vuelo para ganar altura y cernerse sobre la superficie, con la mirada clavada en un punto fijo.


Sin embargo, a los pocos segundos abortó el intento, a la vez que se desvanecían mis expectativas de presenciar el espectacular lance... Durante unos segundos voló un poco más cerca del lugar donde me encontraba y pude ver los detalles del plumaje de esta ave tan especial.


Pero la tranquilidad del lugar y el vuelo parsimonioso de la pescadora se vieron súbitamente interrumpidos por la furia de una gaviota patiamarilla (Larus michahellis), que le dejó muy claro a la rapaz que no era bienvenida en su territorio, igual que suelen hacer con los ratoneros locales.


En los primeros instantes, mostró una aparente indiferencia. Pero la perseverancia de la osada gaviota, a pesar de su menor corpulencia, consiguió que poco a poco el águila se fuese alejando como quien, con resignación, elige no meterse un lío a pesar de que le estén amargando la mañana.



Tantos kilómetros de viaje para ser recibida con tan poca hospitalidad. En territorio de gaviotas, "ye lo que hay" :-)