jueves, 30 de enero de 2014

El mejor parque del mundo

La cantidad de tardes correteando por el Parque Isabel la Católica de Gijón cuando era niño seguramente influyen en mi opinión poco objetiva, pero a día de hoy nadie me saca de la cabeza que es el mejor parque urbano del mundo. Creo que nunca me cansaré de pasear por aquí, aunque por desgracia ya no lo pueda hacer con la frecuencia y duración que me gustaría.

Este parque es un poco distinto cada vez que se visita, pues además de los que moran aquí permanentemente, acoge a multitud de visitantes de diferentes especies que hacen una parada en su viaje migratorio o se quedan una buena temporada disfrutando de un lugar seguro y tranquilo, especialmente cuando se trata de pasar los rigores del invierno.

Es el caso de este famoso ánsar piquicorto (Anser brachyrhynchus), al que pude ver durante mi última visita. Recluído en su rincón del parque tras no congeniar con el heterogéneo grupo de gansos locales, pasa las jornadas pastando tranquilamente. Aunque, medio oculto por la vegetación, no estuvo dispuesto a posar en condiciones ante mi cámara.



Sí que se mostró esplendorosa, entre decenas de reidoras y alguna que otra cabecinegra, este adulto de gaviota de delaware (Larus delawarensis). Llegada desde el norte de América, su largo viaje puede haber merecido la pena, viendo la que está cayendo por allí este invierno.


Siempre hay varios cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo) que se cuelan en el parque para alimentarse o descansar.



Aquí se puede observar a las anátidas invernantes desde más cerca que en ningún otro lugar. Parecen saber que los humanos del parque no son tan peligrosos como los que se pueden encontrar en el campo. Aún así, algunos como este porrón europeo (Aythya ferina) siempre mantienen una prudente distancia de seguridad.



Los que sí se acercan sin contemplaciones son los cucharas comunes (Anas clypeata), mostrando cada detalle de su peculiar anatomía.



Con todo, y aunque sólo he podido ir una tarde, me da la sensación de que este invierno está siendo algo flojo en números y variedad de especies invernantes. Echo de menos especialmente a los porrones moñudos.

Por otra parte, a pesar de tener menos historia a sus espaldas, entre los ejemplares de la colección privada del parque también hay algunos que me llaman la atención por lo difícil que resulta verlos en libertad. Tal es el caso de estos patos colorados (Netta rufina).





U otros mucho más exóticos, como el silbón overo (Anas sibilatrix),



el tarro canelo (Tadorna ferruginea),


el ganso del Nilo (Alopochen aegyptiacus),


la barnacla cuellirroja (Branta ruficollis),


o el ganso cereopsis o ceniciento (Cereopsis novaehollandiae),


También se puede ser testigo de historias muy curiosas, como la del macho de pato joyuyo (Aix sponsa) enamorado de un cisne negro (Cygnus atratus). Allá donde va el grandullón, es seguido de cerca por el joyuyo. Tanto plumaje ostentoso para acabar así...





Dirigiendo la mirada hacia los árboles, es probable ver especies más típicas de zonas rurales, como el herrerillo común (Cyanistes caeruleus) y el carbonero común (Parus major).



Y en la isla del centro del lago es fácil ver a garzas y garcetas. Por ser menos habituales, siempre me fijo más en las garcillas bueyeras (Bubulcus ibis), aunque su timidez y color blanco impecable son malos aliados de las cámaras fotográficas.


Por muy vistas que las tengamos, resulta imposible no pararse a mirar y sacar unas fotos a las divertidas ardillas rojas (Sciurus vulgaris), que da la sensación de que cada vez son más numerosas. ¡No recuerdo haber visto tantas juntas!






Al caer cada tarde, llegan los bandos de estorninos pintos (Sturnus vulgaris) a sus dormideros. ¡Menudo espectáculo ofrecen!



Pero hay quien los está esperando hambriento...


La lejanía y la falta de prismáticos y experiencia me impidió identificar con seguridad al depredador. Inmediatamente pensé en el halcón peregrino, pero ¿esa silueta podría pertenecer también a un gavilán?



Espero poder seguir disfrutando de este parque y de sus historias en muchas ocasiones. Me daré por más que satisfecho si soy capaz de transmitir aquí un porcentaje pequeñito de las sensaciones que envuelven este lugar.

martes, 14 de enero de 2014

El último superviviente

El pasado sábado 11 de enero, durante la celebración del maratón ornitológico organizado por el Grupo Naturalista Hábitat, tuvimos la ocasión de ver un solitario ejemplar de escribano nival (Plectrophenax nivalis) en el dique de abrigo de Coruña.




Esta pequeña ave llega al norte de España tras un largo periplo de miles de kilómetros. De hecho es, junto con el cuervo, la paseriforme mejor adaptada al frío y la que cría más al norte, en lugares aparentemente tan inhóspitos como la tundra ártica o las montañas de la región nórdica.




En invierno migra al sur en busca de zonas más templadas y a nosotros nos visita en escasos números, de ahí el especial interés de su avistamiento. A falta de estudios más profundos, se ha estimado en apenas un centenar de individuos los que pasan el periodo invernal en las costas del norte de Galicia. Números semejantes se podrían dar en el resto de la costa cantábrica, y ya mucho más escaso se mostraría en el litoral de Cataluña.




Este ejemplar "coruñés" ha considerado el dique de abrigo un lugar adecuado para pasar los rigores del invierno. Las temperaturas y lluvias de aquí no serán nada para él, teniendo en cuenta su procedencia. Y la poca vegetación que crece entre el cemento y la piedra parece proporcionarle todo el alimento que necesita. Se pasa el tiempo picoteando la hierbas en busca de semillas, siempre inquieto, a la par que confiado ante la gente. Permite acercarse a él a muy poca distancia, e incluso, permaneciendo quieto, es él mismo el que se suele acercar.




Sin embargo, y aquí llega la parte negativa de esta historia, el lugar que ha elegido no es el más idóneo para él. Lo he visto tolerar sin problemas el paso continuo de paseantes, corredores, ciclistas e incluso perros. No obstante, se enfrenta a un peligro mayor, que no es otro que la pobladísima colonia de gatos asilvestrados que lleva años asentada en este lugar. La siguiente fotografía es un claro testimonio del problema, en la que el borrón de la parte izquierda de la imagen es el escribano nival escapando del ataque del gato. Fue todo tan rápido que es la única foto que pude tomar de la escena.


Semanas atrás, experimentados ornitólogos ya habían avistado un grupo de escribanos nivales en la zona, pero se les perdió el rastro a los pocos días. Por otra parte, una señora que pasea varias veces al día por el dique me aseguró que llevaba varios días viendo a este "pájaro tan raro", pero que antes había más. Cabe la posibilidad de que hayan volado a otro sitio, pero está claro que, de asentarse aquí, cualquier pequeño descuido puede resultar fatal para ellos.

El escribano nival es una especie que, si bien se cree que su población está en regresión y sufre la amenaza del cambio climático, aún no se considera amenazada de extinción. Es una pena que el puñado de ejemplares que alcanzan nuestra tierra en sus migraciones terminen su largo viaje entre las fauces de un gato callejero, pero aún así, el impacto sería mínimo en su población global. Tanto o más grave es el peligro que corren las especies que nidifican localmente. A los pocos minutos del ataque al escribano, vi cómo otro gato acechaba a un colirrojo tizón. Y una población tan numerosa de gatos puede arrasar año tras año a las nidadas de estas especies locales, terminando con su exterminio en la zona.

Me encantan los gatos, como me encantan todos los animales, y tampoco me gustaría que a éstos les pasase nada malo. Al contrario, me gustaría que tuvieran un lugar mejor en el que vivir. Al fin y al cabo, ellos no tienen culpa ninguna, pues no hacen más que intentar sobrevivir y responder a sus instintos. Pero son una una especie doméstica y, como tal, su presencia en las calles provoca problemas como los citados. Detrás de este tipo de conflictos siempre está el ser humano, y el ser humano debería intervenir para solucionarlos. Seguramente el problema no sea fácil de arreglar y no sé cuál podría ser la mejor solución, pero hay personas e instituciones con conocimientos suficientes para aportar buenas ideas. Ojalá las autoridades competentes, que ya son conscientes del problema, estén dispuestas a a escucharlas.

viernes, 3 de enero de 2014

Recompensa al sigilo

La tranquilidad era la nota predomintante de una mañana fresca y soleada en el complejo litoral de Baldaio. No había demasiada actividad humana, pero tampoco la fauna del lugar se mostraba en grandes números. Cerca del canal, me entretengo observando a un puñado de chorlitos grises (Pluvialis squaratola) que destacan por su actividad en mitad de la calma.





Ya en la orilla del mar, un solitario correlimos tridáctilo (Calidris alba) corretea de esa forma tan característica cuando se le acerca un paseante. Pero al instante se vuelve a contagiar de la paz que reina en el ambiente y continúa con su descanso.





Sobre la laguna hay un charrán patinegro (Sterna sandvicensis) pescando. Sin apartar la vista del agua, cada cierto tiempo ejecuta un repentino picado que en ocasiones sorprende a algún pececillo. El sol ya calienta un poco y decido sentarme al borde del camino a contemplar con detenimiento la escena.



La velocidad de sus movimientos no se lo pone nada fácil a mi cámara bridge. Aún así, me es posible capturar algunas de las poses típicas de esta ave de interminables alas.



Y entonces, sobre la lámina de agua aparece la silueta de una pequeña rapaz que se acerca con velocidad a mi posición. No salgo de mi asombro cuando veo que no rectifica su trayectoria, pasa a un par de metros sobre mi cabeza y se posa en un cartel que tengo a mis espaldas. Precioso momento el que me regaló esta hembra de esmerejón (Falco columbarius) que, a pesar de no quitarme ojo de encima, pareció no considerme un peligro, ni siquiera cuando me moví con la mayor delicadeza que pude para girarme y tomar estas instantáneas.



Considero estos momentos como un premio al sigilo, pues sin duda no existen cuando, en mitad de la naturaleza, llamamos la atención con nuestros colores chillones, nuestros movimientos bruscos y nuestros ruidos.