jueves, 16 de mayo de 2013

Carrera de obstáculos por la senda del Río Sisalde

Desde que un amigo pajarero me descubrió la senda del río Sisalde, tenía muchas ganas recorrer sus casi 20 kilómetros de principio a fin. El primer día en el que dispuse de tiempo suficiente y que no llovía a cántaros, saqué la bicicleta y me fui hasta el municipio de Arteixo, por donde discurre la totalidad de la ruta, atravesando las parroquias de Barrañán, Chamín, Armentón, Monteagudo y Larín. Es una senda muy buena para conocer la faceta más rural (y bonita) de la zona de Arteixo, que frecuentemente se asocia sólo a la actividad industrial.



Ver mapa grande

La senda toma como centro de referencia el río Sisalde o Barrañán, siempre dentro de un ambiente estrictamente rural y con algunos lugares de notable belleza. A lo largo de todo el recorrido se respira una calma que realmente nuestros sentidos agradecerán. Es uno de esos lugares anti-estrés que tan bien le sientan a cuerpo y mente.

Como digo, ese día no llovía, pero sí lo había hecho durante muchos días anteriores, lo cual fue una de las principales causas para que el recorrido se convirtiese en una sucesión de obstáculos que, lejos de estropear la ruta, la hicieron aún más emocionante. Nada más llegar, el caudal de agua de la canalización de los molinos, totalmente desbordada, me dio una idea de lo cargadito que bajaba el río.


Inicié la ruta en el punto que creo que en los mapas indicativos se corresponde con el Muiño dos Zapata. Probablemente es la zona más bonita de todo el recorrido.



Alguien me observaba desde los árboles.


Casi toda la ruta discurre por caminos de tierra rodeados de fincas o zonas arboladas. En general está muy bien señalizada, aunque hay tantos cruces de caminos que es inevitable que cada poco surjan dudas.



En un momento dado, un sonido un tanto estridente rompe el silencio, y a los pocos segundos veo a este faisán corriendo a toda velocidad por un prado colindante. Será uno de esos ejemplares que se soltaron para ser cazados y acabó adaptándose a la vida en libertad. Cuando conseguí fotografiarlo ya se encontraba bastante lejos.




Continúo por senderos muy agradables...


...pero pronto se ponen difíciles las cosas. El propio camino servía de cauce por el que arroyaba el agua, el suelo estaba muy irregular y era difícil llevar la bicicleta por un terreno que alternaba pedruscos con barro blando.


Ya con los pies empapados, no resultó un gran problema cruzar este otro curso de agua.


El canto de las aves fue lo único que escuché durante gran parte de la jornada. Como el de este verderón común que aproveché para fotografiar en un breve descanso.


Ya en el extremo de la senda más alejado de la costa, en la parroquia de Larín, me topé con la mayor dificultad del día. Una tala de árboles había dejado el camino impracticable, lleno de ramas, y sin rastro de la señalización.


A punto estuve de dar la vuelta, pero me daba tanta rabia que finalmente cogí la bici a hombros y, no sin sufrir algún que otro rasguño, conseguí cruzar la zona de ramas y llegar a un estrecho y encharcado camino que transcurría junto al río y que más adelante comprobé que era el itinerario correcto.


El sendero volvía a ser más cómodo cuando apareció el siguiente obstáculo en forma de árbol caído. No había manera de atravesarlo, por lo que la solución consistió en tomar un "no camino" paralelo durante unos metros.



El siguiente problema no hubo más remedio que pasarlo literalmente por encima.


De vez en cuando, uno también se podía deleitar con la original decoración de algunos jardines del lugar.


Un nuevo reto. En este caso la estrategia fue la de reptar, que con mochila y bicicleta es un poco más complicado.


En cualquier caso, la mayor parte del camino es muy agradable.



En definitiva, una jornada divertida y una senda recomendable, teniendo en cuenta que se trata de zonas rurales y caminos muy sensibles a las inclemencias del tiempo. Pero ahí también está la gracia, ¿no?

miércoles, 8 de mayo de 2013

Limícolas de viaje

Hace poco leí una noticia que afirmaba que la gran mayoría de las personas exagera y presume en exceso al hablar de sus viajes. La presunción, una de esas características exclusivas de la raza humana. Y no quedamos en muy buen lugar si nos comparamos con estas pequeñas aves que, dos veces al año, son capaces de salvar la distancia que separa el continente africano de la tundra ártica. ¡Cuántas playas y parajes bonitos podrían contarnos que han visto! Y eso sin recurrir a los vuelos baratos...

Estos días pasados, las costas de Asturias y Galicia han recibido la visita de millares de limícolas en paso prenupcial. Las obligaciones laborales no me permitieron disfrutar de los mejores días, pero el fin de semana me acerqué a Baldaio y, a pesar de la afluencia de personas, perros sueltos y hasta caballos, las aves aún se contaban por cientos.


Las agujas colipintas (Limosa lapponica) andaban desperdigadas por toda la zona, aprovechando para alimentarse y coger fuerzas antes de continuar su viaje. Su plumaje veraniego las hace aún más vistosas que en invierno, y también permite diferenciar con facilidad a los machos de las hembras.





Había una gran concentración de zarapitos trinadores (Numenius phaeopus), que en este caso descansaban permaneciendo inmóviles en su gran mayoría. Para no molestarlos, sólo los fotografiamos a contraluz.




A mayor distancia se podían ver otras especies, a las que decidimos no acercarnos para no interferir en la labor de un par de fotógrafos que esperaban pacientemente tumbados sobre la arena mojada. Sin duda, los más numerosos eran los correlimos comunes (Calidris alpina), aunque también pude identificar chorlitejos grandes (Charadrius hiaticula) y algún correlimos gordo (Calidris canutus). Sirva esta lejana foto de ejemplo testimonial.


Ya de vuelta y con el sol escondiéndose, un par de vuelvepiedras comunes (Arenaria interpres) lucían espléndidos con la muda del plumaje muy avanzada.