viernes, 5 de abril de 2013

Pajareando en la Ría de O Burgo

Presionada hasta el límite por el urbanismo incontrolado, la contaminación y los mariscadores furtivos, la Ría de O Burgo sigue siendo el hogar, permanente o transitorio, de un buen número de aves. A lo largo de los paseos que la bordean, multitud de viandantes de todo tipo y edad eligen este lugar para disfrutar de su tiempo libre. Algunos de ellos no quitamos ojo de lo que ocurre al otro lado de la barandilla, pues es un lugar muy bueno para pajarear, por su riqueza y acesibilidad. Sin más preámbulos, incluyo una recopilación de imágenes del par de visitas que pude hacer a la ría a finales de este pasado invierno.


Aparte de los omnipresentes cormoranes grandes y todo tipo de gaviotas, los que se muestran más confiados son los vuelvepiedras (Arenaria interpres). No llegan a ser como los vuelvepiedras-paloma de fenixavisunica, pero también se dejan ver desde muy cerca.


Es gracioso ver cómo arremeten contra las algas en busca de algún invertebrado que llevarse al pico, como el pequeño cangrejo que está a punto de tragarse el de la siguiente foto.


Me resulta increíble pensar que estos pequeñajos (al igual que otras especies) estén aquí en invierno, tan cerca de los paseantes, los edificios, las playas... y en un par de meses puedan estar sacando adelante sus polluelos en plena tundra ártica.


Las garcetas comunes (Egretta garzetta) también son fáciles de ver, tanto en la orilla como en algunos árboles de los jardines circundantes.


Me llamó la atención la presencia de unos cuantos cisnes vulgares (Cygnus olor) desperdigados por la ría. Seguramente son ejemplares que han "huído" de los recintos con límites que el ser humano había pensado para ellos, como la cercana laguna de Mera. Por su tamaño y color se les puede ver desde muy lejos. Alguno de ellos ya se pavoneaba por la zona, dejando claras sus intenciones a los demás machos.


Entre los centenares de gaviotas reidoras y cabecinegras, acerté a ver algún solitario (al menos en ese momento) charrán patinegro (Sterna sandvicensis) con su peculiar cresta negra.


Las zonas que quedan al descubierto al bajar la marea son examinadas minuciosamente por diversas especies, como este zarapito trinador (Numenius phaeopus) que se mostraba muy activo.



Y un chorlito gris (Pluvialis squatarola) que parecía haber encontrado algo muy interesante en el fango.



A los archibebes comunes (Tringa totanus) y claros (Tringa nebularia) se suelen encontrar a apenas unos centímetros agua adentro. Sus característicos reclamos se me han quedado grabados en la memoria.




También las aguas someras son las favoritas para esta bonita aguja colipinta (Limosa lapponica), con su típica postura echada hacia delante para obtener alimento con su larguísimo pico.



Los correlimos comunes (Calidris alpina) se congregan por varias zonas de la ría, atareados mientras calan el barro blando.



En esta imagen acompañan a un ostrero euroasiático (Haematopus ostralegus), una de esas aves a las que nunca me canso de mirar.


A pocos metros hay unos cuantos ejemplares más. En algunos de ellos ya se difumina su collar blanco invernal. Parecen comportarse de manera individual, ajenos a sus congéneres hasta que, en un momento dado, todos salen volando en formación al tiempo que suenan sus llamadas aflautadas.



Ya lejos del agua, los jardines también resultan atractivos para otro tipo de especies. Llamaron mi atención algunas lavanderas blancas enlutadas (Motacilla alba yarrellii), que seguramente ya estaban planificando su viaje de vuelta a las islas británicas, si no estaban ya en pleno tránsito.


Espero que el conocimiento científico de nuestro entorno, cada vez más amplio y extendido, y la concienciación ciudadana permitan enmendar errores del pasado y presente y estemos a tiempo de preservar lugares como esta ría, tan atractiva para el asentamiento de numerosas especies, entre la que se encuentra la nuestra.

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