viernes, 26 de abril de 2013

La perdiz errante

Curiosa imagen la del pasado domingo, cuando este ejemplar de perdiz roja (Alectoris rufa) deambulaba por el parque coruñés del Monte de San Pedro ante la sorpresa de los paseantes.


Lo cierto es que no es una especie típica por estos lares. Aunque se mostraba confiada con la gente, diría que ella también se sentía un poco fuera de lugar con tantos ojos curiosos sobre ella, y con algún que otro niño empeñado en comprobar cuánto era capaz de correr. Primero se limitaba a escapar "por patas", y sólo cuando se sentía acorralada emprendía un vago vuelo, casi a ras de suelo y durante pocos segundos.



Si se la dejaba tranquila, se dedicaba a picotear por el césped, e incluso se arrancó con un "cacareo", acompañado de su peculiar postura corporal.



Quién sabe la historia que lleva a sus espaldas. Quizá creció entre rejas y logró escapar de una cacería. El caso es que me dio la sensación de ser muy vulnerable. Espero que encuentre su sitio.

martes, 23 de abril de 2013

La cascada del Río Toxa

Después de haber disfrutado de las cascadas del Río Belelle y de la desembocadura del Río Xallas, sólo queda una en Galicia que las pueda igualar e incluso superar en espectacularidad, y no es otra que la del Río Toxa, ubicada en el municipio ourensano de Silleda. Para encontrarla hay que tomar la carretera que discurre entre las poblaciones de Bandeira y Merza, y desde la misma, seguir las indicaciones de sucesivos carteles de madera. Rápidamente se llega a una pista desde la que se puede bajar a pie hasta la base de la cascada o ascender hasta un mirador.


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El camino entre ambos lugares se puede recorrer perfectamente caminando, y además se trata de un paseo muy agradable rodeados de húmedos bosquetes.


Entre los árboles habituales de la región, me llamó especialmente la atención la presencia de un notable número de alcornoques, que destacaban entre los demás por su tronco de color rojizo, consecuencia de haberles arrancado la corteza para obtener su valioso corcho.


Aunque no iba con la idea de observar aves, me resultó inevitable no prestar atención a la buena cantidad de individuos que se dejaron ver durante el breve paseo: petirrojos, pinzones, reyezuelos, carboneros... y un trepador azul (Sitta europaea) que se afanaba en acondicionar su casa.




Y sin más preámbulos, las imágenes de la magnífica caída de agua de 60 metros, este día más espectacular si cabe, pues el río bajaba rebosante después de tantos días de lluvia. Se queda uno hipnotizado con la escena y con el ruido que genera el agua al precipitarse desde tanta altura. Lo único malo es que resultaba imposible acercarse a menos distancia de lo que se aprecia en la foto sin empaparse por completo. Nota mental para la próxima visita: traer chubasquero.


Hay que estar allí para vivirlo en directo, pues como siempre ocurre, ni en las fotografías ni en los vídeos se aprecia el paisaje en toda su magnitud.


Desde el mirador la perspectiva es totalmente diferente. Sólo se ve la parte más alta de la cascada, pero a ello hay que sumarle un amplio horizonte de laderas frondosas.



Un lugar en el que, un lunes primaveral y lluvioso, todo estaba invadido por una paz sólo rota por el tren, cuyo trazado pasa a muy pocos metros por encima de la cascada (no todo podía ser perfecto). Allí comprobamos que es posible que el agua viaje por el aire para mojarte desde todas las direcciones posibles al mismo tiempo: desde el cielo en forma de gruesas gotas de lluvia y desde el fondo del valle transformada en finas partículas a merced del viento.

jueves, 18 de abril de 2013

La cascada del Río Belelle

Después de tantos días lluviosos, es un momento inmejorable para visitar cascadas, y la del Río Belelle es sin duda una de las más espectaculares de Galicia. Se encuentra en el municipio de Neda, a apenas 10 minutos de Ferrol, y estos días el caudal de agua es impresionante. La masa de agua se precipita con una violencia tan grande que, al chocar con las rocas o alcanzar el cauce del río, produce un orbayu que lo invade todo.

Existen dos lugares principales desde los que se puede observar la cascada, aunque desde ninguno de ellos se pueden ver los 45 metros de salto de agua en su totalidad. El primero se sitúa un poco más alto que la base de la cascada, y la escena nos dejará impresionados sin lugar a dudas.

 
Es tan bonito que se puede uno quedar mirando durante minutos sin prestar atención a ninguna otra cosa.


Una senda en zig-zag permite acceder a un mirador a mayor altura, desde donde podremos ver la parte superior de la cascada, que no es visible desde abajo.


Todo ello rodeado de empinadas laderas y un bonito y frondoso bosque. Desde luego, aquí a la vegetación no le falta humedad. La belleza del lugar es tal que algunos se ponen un pelín románticos.


Para llegar en coche a este recomendable lugar hay que tomar la carretera que va desde Ferrol a Ortigueira durante unos pocos kilómetros, hasta que veamos la primera indicación de la Fervenza do Belelle a mano derecha. Siguiendo los carteles, se llega sin problemas a la aldea de O Roxal, donde se encuentra la última indicación, que invita a coger una pista bastante más estrecha a mano derecha. A partir del momento en que se pasa por delante de un pazo en ruinas, puede ser buena idea aparcar el coche y continuar a pie, pues el camino es corto y agradable, y aunque se puede llegar en coche prácticamente hasta el pie de la cascada, podemos meternos en un lío si nos encontramos con otros vehículos circulando en dirección opuesta, pues no habrá sitio para todos.

La pista termina en una central eléctrica que se construyó a inicios del siglo XX para el suministro a la ciudad de Ferrol, que hasta entonces carecía de él. La entrada a la misma está flanqueada por dos imponentes tejos. Cruzando el río encontraremos unos caminos de tierra a través de los que se puede acceder a los distintos puntos de observación. Apenas hay que caminar y el camino está bastante bien acondicionado, por lo que el acceso es apto para prácticamente todos los públicos.


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lunes, 15 de abril de 2013

Picapinos carbayones

Ayer tuve la ocasión observar como nunca antes había podido hacer al pico picapinos (Dendrocopos major) sin necesidad de ir a buscarlos muy lejos, pues varios de ellos desarrollaban su actividad en una zona verde de Oviedo.

Siguiendo el sonido del tamborileo pude localizar a este macho, aunque la densidad del ramaje no permitió sacar una maravilla de fotos. Permaneció todo el tiempo en la misma posición, colgado de la parte inferior de una rama de un roble seco, sujetándose sin dificultad aparente.


Sin duda, la elección del lugar no era casualidad, pues se trataba de un árbol seco en mitad de una zona muy verde. La rama hueca hacía que el sonido del tamborileo retumbase mucho más, pudiéndose oir a una distancia considerable teniendo en cuenta el tamaño de esta ave.


En este caso, también me quedó claro que la finalidad del tamborileo era la comunicación entre los distintos individuos que había en la zona, pues cada vez que uno lo hacía, algún otro actuaba en respuesta. En el vídeo se puede apreciar el comportamiento de este macho y, subiendo el volumen, también se puede llegar a escuchar a otros ejemplares de fondo.


jueves, 11 de abril de 2013

La primera lavandera boyera

El pasado fin de semana no había demasiada actividad en la playa y marismas de Baldaio. Pude comprobar que seguían por allí algunos charranes patinegros, al menos 5 garcetas comunes, 3 archibebes claros y un grupo de correlimos tridáctilos que correteaban por la orilla.

Pero lo que más me alegró fue volver a ver, meses después, una lavandera boyera (Motacilla flava). Surgió de entre la vegetación dunar y se dejó ver a poca distancia durante unos segundos.


Entre tantos días grises y lluviosos (que también tienen su encanto, pero este año ya vamos surtidos) la aparición de las lavanderas boyeras es una de las pinceladas de color que realmente anuncian que la primavera ya está aquí. ¡Bienvenidas!


Edición: Para más información, como bien apunta Xabi en los comentarios, el ejemplar de las fotos se trata de un macho adulto de la subespecie iberiae.

viernes, 5 de abril de 2013

Pajareando en la Ría de O Burgo

Presionada hasta el límite por el urbanismo incontrolado, la contaminación y los mariscadores furtivos, la Ría de O Burgo sigue siendo el hogar, permanente o transitorio, de un buen número de aves. A lo largo de los paseos que la bordean, multitud de viandantes de todo tipo y edad eligen este lugar para disfrutar de su tiempo libre. Algunos de ellos no quitamos ojo de lo que ocurre al otro lado de la barandilla, pues es un lugar muy bueno para pajarear, por su riqueza y acesibilidad. Sin más preámbulos, incluyo una recopilación de imágenes del par de visitas que pude hacer a la ría a finales de este pasado invierno.


Aparte de los omnipresentes cormoranes grandes y todo tipo de gaviotas, los que se muestran más confiados son los vuelvepiedras (Arenaria interpres). No llegan a ser como los vuelvepiedras-paloma de fenixavisunica, pero también se dejan ver desde muy cerca.


Es gracioso ver cómo arremeten contra las algas en busca de algún invertebrado que llevarse al pico, como el pequeño cangrejo que está a punto de tragarse el de la siguiente foto.


Me resulta increíble pensar que estos pequeñajos (al igual que otras especies) estén aquí en invierno, tan cerca de los paseantes, los edificios, las playas... y en un par de meses puedan estar sacando adelante sus polluelos en plena tundra ártica.


Las garcetas comunes (Egretta garzetta) también son fáciles de ver, tanto en la orilla como en algunos árboles de los jardines circundantes.


Me llamó la atención la presencia de unos cuantos cisnes vulgares (Cygnus olor) desperdigados por la ría. Seguramente son ejemplares que han "huído" de los recintos con límites que el ser humano había pensado para ellos, como la cercana laguna de Mera. Por su tamaño y color se les puede ver desde muy lejos. Alguno de ellos ya se pavoneaba por la zona, dejando claras sus intenciones a los demás machos.


Entre los centenares de gaviotas reidoras y cabecinegras, acerté a ver algún solitario (al menos en ese momento) charrán patinegro (Sterna sandvicensis) con su peculiar cresta negra.


Las zonas que quedan al descubierto al bajar la marea son examinadas minuciosamente por diversas especies, como este zarapito trinador (Numenius phaeopus) que se mostraba muy activo.



Y un chorlito gris (Pluvialis squatarola) que parecía haber encontrado algo muy interesante en el fango.



A los archibebes comunes (Tringa totanus) y claros (Tringa nebularia) se suelen encontrar a apenas unos centímetros agua adentro. Sus característicos reclamos se me han quedado grabados en la memoria.




También las aguas someras son las favoritas para esta bonita aguja colipinta (Limosa lapponica), con su típica postura echada hacia delante para obtener alimento con su larguísimo pico.



Los correlimos comunes (Calidris alpina) se congregan por varias zonas de la ría, atareados mientras calan el barro blando.



En esta imagen acompañan a un ostrero euroasiático (Haematopus ostralegus), una de esas aves a las que nunca me canso de mirar.


A pocos metros hay unos cuantos ejemplares más. En algunos de ellos ya se difumina su collar blanco invernal. Parecen comportarse de manera individual, ajenos a sus congéneres hasta que, en un momento dado, todos salen volando en formación al tiempo que suenan sus llamadas aflautadas.



Ya lejos del agua, los jardines también resultan atractivos para otro tipo de especies. Llamaron mi atención algunas lavanderas blancas enlutadas (Motacilla alba yarrellii), que seguramente ya estaban planificando su viaje de vuelta a las islas británicas, si no estaban ya en pleno tránsito.


Espero que el conocimiento científico de nuestro entorno, cada vez más amplio y extendido, y la concienciación ciudadana permitan enmendar errores del pasado y presente y estemos a tiempo de preservar lugares como esta ría, tan atractiva para el asentamiento de numerosas especies, entre la que se encuentra la nuestra.