martes, 12 de marzo de 2013

Encuentro fugaz con el águila pescadora

Duró sólo unos segundos y no pude obtener mejores fotografías, pero sin duda mereció la pena. Sobre el embalse de Cecebre, el águila pescadora (Pandion aliaetus) se presentó sin llamar la atención, camuflada entre las gaviotas. Con un fuerte viento en contra, se cernió en un par de ocasiones sobre las aguas del pantano. La segunda vez amagó con iniciar un picado que abortó en apenas un segundo, y acto seguido continuó con su vuelo y la perdí de vista en la lejanía.


Se trata de un ejemplar en paso migratorio, pues no había sido avistado en Cecebre hasta el pasado domingo, día 10. Así que hace días que habrá sentido la llamada de la naturaleza para emprender el largo periplo de vuelta a casa, que probablemente se habrá iniciado en África y concluirá en algún país del norte de Europa (típicamente, Suecia y alrededores). Una vez allí, es habitual que se establezca en el mismo nido que dejó atrás unos meses antes, para centrarse en la cría de una nueva generación de esta peculiar rapaz, claro exponente de adaptación y evolución.


Con el fuerte temporal de esta semana, probablemente decida tomarse un descanso, por lo que, con un poco de suerte, quizá podamos disfrutar de su presencia durante algunos días.

martes, 5 de marzo de 2013

Mundo de contrastes y similitudes

El embalse de Rosadoiro o de Sabón es escenario de situaciones de lo más variopintas. Construido en 1970 con el fin de abastecer de agua a la zona industrial circundante, se encuentra inevitablemente rodeado de carreteras y naves industriales. El ir y venir de ruidosos camiones es constante, y poco agradable para quien intenta pasear por la zona. Sin embargo, dentro del humedal la vida transcurre de una forma bien diferente y, a su vez, cada ser de los que aquí viven presenta aspectos y comportamientos muy dispares.

La primera historia es la de la agachadiza común (Gallinago gallinago), que descansa bajo el sol del invierno entre la vegetación que delimita el canal de entrada del río Seixedo al embalse.

Perfectamente mimetizada con el entorno, pasa largos minutos sin apenas moverse unos centímetros. Su sigilo y los tonos de su plumaje la ayudan a pasar desapercibida. Aunque, una vez vista, la que no pasa desapercibida es su belleza. Ni una pluma fuera de su sitio, y todas en conjunto formando un elegante traje. Y su interminable pico, que hunde repetidamente en el barro como si de una máquina de coser se tratase.

Por encima de ella pasa un proyectil de intensos colores: es el martín pescador (Alcedo atthis).

Sobrevuela el agua a velocidad de vértigo, parándose durante solo unos segundos antes de emprender el vuelo de nuevo. Su vivo plumaje luce aún más en días soleados. Como la agachadiza, posee un pico de tamaño proporcionalmente muy grande, que en este caso es utilizado para apresar a sus víctimas tras lanzarse en picado sobre el agua.

La agachadiza y el martín pescador conviven en el mismo hábitat, cada uno a su manera. Tan distintos y tan parecidos.

Mientras tanto, los camiones entran y salen del polígono sin descanso. Algunos transportan los alimentos que llenan nuestras neveras, como los invertebrados y peces que calman el hambre de la agachadiza y el martín pescador. Otros llevan materiales de construcción para nuestras edificaciones, igual que la agachadiza construye su nido entre la vegetación o el martín pescador en las paredes arcillosas. Y muchos otros trasladan ropa de las empresas textiles punteras que se asientan aquí, para que podamos abrigarnos y ponernos guapos, lo mismo que las aves con sus plumajes. En el fondo, resulta que nosotros tampoco somos tan diferentes. A nuestra manera.