miércoles, 19 de diciembre de 2012

La berrea en Peñamayor

Suena el despertador en plena madrugada. Aún es noche cerrada. ¡Qué sueño, qué pereza! Anteriores experiencias vienen a mi mente y me animan a levantarme de la cama. La naturaleza siempre te guarda algo que compensa con creces el madrugón.

A principios del otoño, cuando las noches empiezan a ser frescas y las primeras lluvias empapan el cuerpo de los venaos, da comienzo el espectáculo de la berrea. Es algo que difícilmente se puede transmitir con palabras, hay que vivirlo y disfrutarlo en carne propia. Durante los últimos años intento hacer un hueco en la agenda para no perderme este evento, y la Sierra de Peñamayor, aunque no es el lugar con mayor número de ciervos, es uno de mis lugares favoritos.

Este año no tuve especial suerte con la berrea. Los días que pude salir al monte hacía un calor tan inusual para la época que los reyes de la montaña no estaban excesivamente animados. A pesar de eso, sólo contemplar el amanecer de un soleado día de otoño en plena naturaleza ya merece la pena.


Tras dejar el coche y caminar unos kilómetros, llego a un buen punto para la observación. Al final, el tiempo se me ha echado encima y en un abrir y cerrar de ojos la luz lo ha invadido todo. Por suerte, aún estoy a tiempo de asistir a los últimos minutos de este concierto nocturno, y en seguida empiezo a escuchar los berridos de al menos tres ciervos. Dos de ellos suenan bastante lejanos, pero el tercero se oye tan cerca que parece imposible no verlo. Aún así, no consigo localizarlo. Por momentos me parece ver algún ejemplar asomando por una lejana loma, pero no parece que el sonido proceda de allí, aunque es difícil saberlo porque resuena por todas partes. Además, los sucesivos bosquetes de Peñamayor proporcionan el escondite perfecto para estos grandes ungulados.



En los últimos segundos de este video se puede oir la berrea de uno de los venaos (poner el audio a tope). Prometo que durante la grabación del vídeo se oía algún bramido más, pero era tan lejano que la cámara no lo captó.


Poco a poco, la frecuencia de los berridos disminuye hasta que definitivamente se hace el silencio. Como me ha sabido a poco, decido subir a un pico cercano, en la dirección de donde procedía el sonido del animal más cercano. Con suerte, a lo mejor veo algún ejemplar antes de que se vayan a la cama.

No tengo que esperar mucho, pues al poco tiempo me quedo paralizado al descubrir un colorido un tanto atípico entre unos matorrales muy cercanos. Durante un segundo, pienso si podría ser una vaca, pero justo en ese instante mis dudas se disipan cuando unas grandes orejas asoman a la velocidad del rayo por encima del arbusto. Me han descubierto. Intento encender la cámara mientras dos hembras y una cría salen al galope por una pradera. Son muy rápidos, y cuando ya estoy asumiendo que la foto no va a ser posible, frenan en seco y se quedan mirándome. Ese instante de curiosidad que ya he vivido en otras ocasiones. Ese segundo que podría ser fatal si yo hubiese sido un cazador, pero que al menos me valió para obtener esta lejana foto.


Sigo camino arriba con la experiencia reciente grabada en mi mente. Desde mi nueva perspectiva puedo confirmar que, efectivamente, lo que asomaba por aquella loma eran ciervos. En este caso, tres ciervas.


El día está saliendo redondo y el entorno es incomparable. A medida que voy ganando altura, las vistas se hacen, si cabe, más bonitas. El sol va ganando metros en las zonas sombrías a pasos agigantados, y apenas son las 9 de la mañana.


Ya en una zona alta plagada de cotoyas, justo tras cruzarme en el camino con unas cuantas vacas, de la nada surge una nueva sorpresa. No doy crédito de tener tan cerca, a tan sólo unos 10 metros, a otra hembra de ciervo.



Con mucho sigilo empiezo a sacar fotos sin parar, y entonces aparece también el pequeño protagonista.


El ruido del objetivo provoca que el cervatillo se percate de mi presencia. Durante unos segundos se queda mirándome fijamente, como sin saber qué hacer. Yo no muevo ni un pelo, y al final se apresura a volver con su madre, que sigue a lo suyo y ya se ha alejado unos metros. En un abrir y cerrar de ojos desaparecen entre la espesura, y aunque sé que siguen ahí al lado, ya no los vuelvo a ver. Es increíble lo cerca que pueden estar a veces y cómo logran pasar totalmente desapercibidos. Aunque ese día el que pasó desapercibido fui yo. Todavía no logro entender como aquella cierva no se enteró de mi presencia. Muy concentrada tenía que ir, pensando en sus cosas, porque me tenía a tiro de piedra. Espero que nunca le pase esto con un cazador.

Decido seguir subiendo hasta la cima del pico Cerrisco para disfrutar de las vistas antes emprender el camino de vuelta. Desde lo más alto, me doy la vuelta y aparece la guinda del pastel, lo único que faltaba para completar un día perfecto: el venao macho, con una cornamenta imponente, acompañado por un par de hembras. Eso sí, esta vez me han visto ellos a mí primiero, y sólo los veo gracias a que ya están huyendo despavoridos. Quién sabe lo cerca que los he tenido, pero esta vez no pudo ser, y escapan al objetivo de mi cámara.

Sin caber en mí mismo por la suerte que he tenido, disfruto durante unos minutos más de las magníficas vistas hacia los cordales de montañas que se suceden hasta donde alcanza la vista, y doy por zanjada otra jornada de naturaleza asturiana que quedará para el recuerdo.


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